Hubo una época en la que las etapas del Tour no bajaban de los 300 km. Los aguerridos ciclistas, ataviados en maillots de lana hechos jirones y sucios de barro, pedaleaban hasta la extenuación en soledad, sin asistencia externa permitida. Eran los inicios de este deporte, a principios del siglo XX. Desde entonces el ciclismo, como todo en la vida, ha evolucionado en todos los aspectos. A veces a mejor, indudablemente, y a veces a peor. “Ha perdido la esencia”, “ya no se sufre como antes” o “con tanta tecnología ya no hay espectáculo” se suele escuchar entre los aficionados nostálgicos.

En la tierra de Los Monegros, desde Ciclofactoria, celebramos desde 2017 un evento muy singular en el que rememoramos el ciclismo clásico para recordar de dónde venimos: la Marcha Cicloclásica La Monegrina. Alejado de cualquier espíritu competitivo, es un encuentro entre aficionados y apasionados del acero, los cables por fuera del manillar, las chichoneras… y el buen comer.

Se dice que el primer evento de este estilo a nivel mundial fue L’Eroica, allá por 1997 en la Toscana, Italia. Un evento que poco a poco fue creciendo hasta convertirse en la marca comercial que es hoy en día y que sirvió para catapultar un movimiento que ya ha conquistado los 5 continentes, con innumerables encuentros retro durante todo el año. En España, la pionera fue La Monreal que comenzó su andadura en 2010 y desde entonces, un nutrido grupo de aficionados se desplazan a lo largo y ancho de la península para reencontrarse en cada una de las marchas cicloclásicas que se celebran en nuestro país.

Dos años de parón obligatorio por restricciones COVID en los años 2020 y 2021, sirvieron para darle una vuelta de tuerca al evento y tratar de sorprender con novedades poco usuales y originales en la ha sido la cuarta edición de La Monegrina, los días 9 y 10 de septiembre de 2022. Mismo menú de todos los años para quienes vienen a celebrar un día festivo entre amigos y familia, y un menú especial para aquellos que buscan superarse a si mismos en un reto exigente sin igual: la Monegrina Classic Divide de 300km en autosuficiencia… y nocturnidad.

La localidad de Frula (Huesca), en el corazón de Los Monegros, volvió a albergar el evento como ya hiciera en la edición anterior, y desde el viernes a primera hora de la tarde ya se empezaba a respirar el ambiente ciclista en sus calles. Una exposición de bicicletas clásicas en el Salón de Actos, a cargo del coleccionista turolense David Martín, atraía a vecinos y visitantes de los alrededores que no querían perderse la bicicleta de Sean Kelly con la que corrió La Vuelta a España de 1987 o la singular colección de cabras de competición, entre las que destaca la Colnago de Abraham Olano con los colores del Mapei-Clas de 1994.

A las ocho de la tarde del viernes ya estaba todo listo para dar salida a los valientes que con sus bicicletas de acero y palancas de cambio en el cuadro iban a recorrer 300 kilómetros en un máximo de 18 horas. Experimentados ciclistas que en su mayoría vienen del mundillo de las brevets, y entre ellos un referente a nivel mundial en la incipiente disciplina de las pruebas de ultradistancia y bikepacking, como es el lituano afincado en Noruega, Justinas Leveika, con su flamante Palmira Road Classic Shimano Arabesque edition. La ruta era de trazado libre con la obligatoriedad de unir los ocho puntos de control propuestos por la organización; lugares icónicos de la comarca como el Castillo de Piracés, el Monasterio de Sijena o las Trincheras del alto de Santa Quiteria.

Entre regadíos y campos de girasoles, los nueve atrevidos randonneurs iban cumpliendo con sus recorridos previamente estudiados, compartiendo kilómetros cuando sus diferentes rutas se cruzaban. Una inmensa luna llena iluminaba las carreteras solitarias de esta despoblada y a veces inhóspita región teletransportando a los ciclistas a otra época, mientras se sucedían los pueblos de colonización, las llanuras desiertas y el filo de la Sierra de Alcubierre cortando el horizonte.

En cabeza, durante toda la prueba, el ya nombrado Justinas Leveika y el ilerdense David Riba, iban turnándose posiciones cuando la ruta de uno mostraba ser más directa o rápida que la del compañero. Pronto se vio que el plan de ambos era terminar a tiempo para unirse a la marcha de 60 kilómetros que daría comienzo a las 9 de la mañana del sábado. Por detrás unos optaban por echarse una micro siesta para reponer fuerzas y otros hacían paradas de avituallamiento tomándose el tiempo necesario, pero sin descuidar el reloj, para llegar en tiempo a meta.

A las 6:30 de la mañana llegaba Justinas Leveika de vuelta a Frula, habiendo completado el recorrido en 10 horas y 30 minutos ,y apenas media hora después, llegaba en segundo lugar David Riba. El plan autoimpuesto de hacerlo en menos de 12 horas lo habían cumplido y tras un desayuno y una breve cabezada, estaban listos para sumarse al recorrido de 60 kilómetros que estaba a punto de empezar.

Con el arco de meta de Huesca La Magia, patrocinador del evento, de fondo en la plaza del pueblo, más de 60 ciclistas esperaban con ganas la salida de la 4ª edición de la marcha cicloclásica La Monegrina. Integrantes del Club Ciclista Zeus, representantes del club Vini Vidi Vici de Barcelona, o viejos amigos enfundados en maillots de equipos míticos como el Reynolds, el BH Zor o el KAS, tomaban la salida a las 9 de la mañana para disfrutar de un recorrido por carreteras comarcales en las que la ausencia de tráfico (si acaso algún tractor) permite al ciclista circular con total tranquilidad disfrutando de la buena compañía.

Se podría decir que el evento es a partes iguales ciclista y gastronómico, pues si algo podemos asegurar es que nadie pasa hambre ni sed en La Monegrina. 45 minutos después de la salida van llegando los participantes disgregados en pequeños pelotones a Cantalobos, pequeño municipio perteneciente a Lanaja donde desde la segunda edición de 2018 nos tratan como a hijos del pueblo. Un almuerzo preparado con mucho cariño por la Asociación de Vecinas de Cantalobos es compartido entre estas y los ciclistas, que una vez saciado el hambre y tras unas fotos y gritos de ¡Viva Cantalobos!, emprenden de nuevo la marcha en dirección al Alto de Alcubierre.

El recorrido es predominantemente plano, pero presenta una pequeña ascensión a mitad del mismo, para poder al menos justificar semejante festín culinario. Es la subida al alto de la Sierra de Alcubierre, a escasos metros de las trincheras de la Guerra Civil en las que el famoso escritor George Orwell combatió enrolado en las filas del POUM. Una vez de vuelta al llano, la ruta se dirige a Robres, donde en sus piscinas nos espera el segundo avituallamiento del día. Silvia y Sise nos preparan todos los años un almuerzo de categoría y este año, para sorpresa de todos, habían cocinado un manjar de la zona para nosotros: migas a la pastora.

Antes de regresar al punto de partida toca afrontar la subida a la iglesia de Torralba de Aragón, un auténtico muro donde apretar los dientes y tirar de riñón a apenas 4 kilómetros del final. Mientras tanto, el resto de participantes de la ruta nocturna de 300 kilómetros han ido llegando también a meta y una vez todos de vuelta, tiene lugar una deliciosa paella de confraternización a cargo del Ayuntamiento de Frula.

El broche final a un fin de semana de celebración lo pone DJ Cuático con una sesión latin-funk-bogaloo 100% vinilo en las piscinas del pueblo hasta bien entrada la madrugada. Después de dos días de ciclismo clásico y reencuentros con viejos amigos, ¿qué más se puede pedir?

Todas las fotografías son cortesía de Tomás Montes (@arrierdupeloton)