¿Recordáis la historia de la Orbea con apellido Rivas? Era la historia de una bicicleta que viajó desde Galicia a Zaragoza para ser restaurada y volver después a su hogar con un lavado de cara integral, para disfrute de su dueña Encarnación Rivas.

Esta vez le ha tocado el turno a su bici hermana, otra Orbea, de barra alta, también de los Rivas. Fue a finales de los 50, principio de los 60, en los que el hermano de Encarnación y tío de José Manuel Lestergas (actual dueño de la bici) se la compró para poder ir al puerto y salir a faenar en la pesca. Vivían en San Ciprián, en la provincia de Lugo. De sus manos pasó a las del abuelo de la familia, quien la usaba también como medio de transporte para ir a trabajar al astillero del pueblo donde fabricaba barcos.

Con los años, cuando José Manuel creció, empezó a usarla hasta hacerla suya. No le parecía la bici más cómoda, pues era demasiado grande para él y apenas llegaba al suelo, pero como era la bici con las ruedas más grandes, era con la que más rápido se movía por el pueblo.

Muchos años a orillas del atlántico sin apenas mantenimiento, y una capa de pintura un tanto amateur (sí, parece que a alguien de los Rivas le gustaba repintar todas las bicis de azul), habían dejado esta antigua joya en un pedazo de chatarra oxidada y, además, sin ruedas.

A raíz de haber restaurado la otra bici de la familia, la de su madre, José Manuel «Lester» pensó que ésta también merecía una segunda vida. Necesitan dos bicicletas para cuando veranean en San Ciprián y, en cuenta de comprarse una nueva, le hacía más ilusión restaurar la que ya tenían.

No fue un trabajo fácil, pues la potencia estaba gripada y no quería salir del tubo de la horquilla. Con desoxidantes y soplete conseguimos sacarla después de muchos esfuerzos y, por suerte, no fufrió ningún daño y pudo volverse a montar una vez cromada. Del sistema de frenos, hubo muelles y varillas que tuvimos que tirar y reemplazar por otros que tenemos en el desván, para que, a pesar de llevar un sistema de frenos antiguo, tenga una buena frenada y sea seguro montarla por la ciudad.

Una capa de pintura profesional, así como cromar las partes de acero y ponerle unas calcas réplica de las originales (del amigo Reciclone, por supuesto), hacen que la bicicleta vuelva a su estado original, con el mismo negro brillo con el que en su día salió de fábrica y sintiéndose como nueva.

Una vez restaurada y lista, esta antigua Orbea volverá a su pueblo natal, San Ciprian, a donde todos los veranos regresa su dueño José Manuel Lester. Podrá volver a sentir las mismas cuestas empinadas y el mismo olor a puerto que hace 60 años y lista para aguantar otros 60 años más… ¡cómo mínimo!