No estaba planeado pero al final, se puso en mi camino y había que aceptarlo: si quiero decir que me he cruzado Francia a pedales, tengo que subir el Mt. Ventoux… ¡Qué menos!
Me despierto con café recién hecho de la madre de Eric, me dan bien de desayunar y parto hacia Malaucène, donde empieza la montaña. Allí hay una tienda de bicis distribuidores de Pinarello…unos bicicletones que mejor no mirarlos, de los que pocos se ven por nuestras carreteras. Después de chafardear un poco, toca afrontar el reto.
El Mt. Ventoux, desde la cara donde yo lo hago, son 21 km. Desde la otra vertiente, 24km y con un desnivel algo inferior. Me da tanto respeto subirlo con todo el equipaje, que para evitar cualquier pájara me compro bien de plátanos en el pueblo y alguna barrita. Lleno la botija y ¡p’arriba!
El Tourmalet se me acabó haciendo bastante largo, así que éste me lo planteo por etapas. Lo divido en 4 tramos de 5 km cada uno, en los cuales haré una parada para comer un plátano o una barrita. De todos modos, como voy con bien de peso y no voy a hacer tiempo ni picarme con nadie, lo que me interesa es llegar de una pieza y con fuerzas de continuar después hacia el Este.
Será que estoy bien descansado, pero los primeros 5 km se me hacen muy fáciles. Paro, como y continúo. Pronto se pone la cosa buena con 3 km seguidos al 11 y 12%, pero los salvo sin muchos apuros.
He empezado bastante tarde la ascensión, hacia la una del medio día, y solo se ven ciclistas bajando. No me alcanza a penas nadie.
La tienda de abajo no solo vende, también alquilan bicis de primera categoría para turistas que vienen una semana a hacer puertos de la zona. Los tíos hacen el agosto, porque la mayoría de bicis que bajan son suyas. Me fijo que algunas tienen truco: van con motor eléctrico. Bueno, ¡por qué no!
Lleva dos días haciendo mucho viento y aquí se nota. Por suerte, no tanto como esperaba y muchísimo menos que por la otra vertiente, donde luego bajaré. Pero a ratos es huracanado y casi me levanta de la bici. En ciertos tramos tengo la suerte de que me empuja un poco cuesta arriba… ¡Como si yo también llevara motor!
A falta de 5 km me quedan solo un par de gotas de agua y por suerte hay una cafetería. Cobran 50 céntimos por darte agua del grifo. En fín… También hay tiendas que cobran por hincharte las ruedas.
Y así, con paraditas cortas cada 5 km, ya vislumbro la torre de la cima a falta de 3 para llegar. Adelanto a una pareja que van en BTT y… ¡llegué! Arriba sí que hace más viento que en la Cincomarzada y un frío que pela. Me hago la foto y bajo por la ladera pelada que todos conocemos, donde Pantani le mostró a Armstrong que él estaba hecho de otra pasta, y que no se iba a dejar domar por él, la UCI, ni nadie.
Curiosamente, lo más bonito de todo iba a llegar justo al final de la bajada. Antes de llegar a Salt comienzan a abrirse cultivos de color violeta por todos lados, perfumando el ambiente con un olor a lavanda dulce increíble, pues también hay muchos productores de miel en la zona. Un auténtico regalo para los sentidos. Sin duda, deberían darle la distinción al pueblo que mejor huele del mundo.
Voy dirección Nor-este, hacia Sisteron, y este olor me acompañará durante dos días. Cruzando valles y sierras, a uno y otro lado, los mismos paisajes de color violeta y camiones que se cruzan llenos de lavanda recién recolectada, hacen que no quiera que se acabe nunca. Pareciera que todo el rato acaban de hacer la colada. Pero poco a poco, las lavandas van dejando paso a un paisaje más verde, fresco y lleno de manzanos. Pronto vendrán todos los jornaleros españoles a la recogida de la manzana aquí. Igual que los magrebíes vienen a España. Y los franceses, ¿a dónde irán?
Sisteron es bonito y está como enclavada en una roca. Pienso que se parece a Gibraltar, aunque seguramente no tengan nada que ver y tampoco he estado nunca en el peñón. Me paro en un bar a tomarme un helado antes de retomar la ruta. De repente, y no sé por qué, dos de las camareras se empiezan a abofetear, pegarse puñetazos y tirarse de los pelos. La bandeja con los vasos y platos ha volado. Tardo como dos segundos en procesar lo que ocurre y reaccionar y acudo corriendo a separarlas. Otro señor viene rápidamente y cada uno trata de agarrar a una de las camareras. Lo logramos y en el forcejeo me he llevado un cabezazo de propina en la ceja de parte del otro señor. Por suerte sin mayores consecuencias. ¡Uf, qué movida más rara! Si necesitaba algo de adrenalina para continuar, ya la he conseguido, así que pillo mi bici y salgo de ahí pitando!
Estoy por la zona de La Motte du Caire y ya empieza a oler a Alpes. Las manzanas aún no están en su punto, una pena que no pueda probarlas. En Espinasses tomo rumbo a Barcelonnette y ya empieza a picar para arriba en plan bien, pues voy directo al fondo del valle, a cruzar al otro lado de los Alpes. El paisaje es de película y tras los últimos 16 km del puerto de Larchs, ya he llegado al final de la pantalla. Francia se acabó y al otro lado me espera la bella Italia donde, pronto, espero, conoceré a Luciano Berruti y su museo de la bicicleta.
Así fueron las etapas:
1 día: Vaison la Romaine – Malaucene – Mt. Ventoux – Salt – Aurel 69 km
2 día: Aurel – Sisteron – Turriers 99 km
3 día: Turriers – Barcelonnette – col de Larchs – Cuneo (Italia) 147 km
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