Sallent – Portalet – Col d’Aubisque – Col du Solour – Argelès Garzost
90km
Después de disfrutar de dos conciertazos en Pirineos Sur, Chico Trujillo y Bunbury, toca partir de Sallent y comenzar la ruta. Son las 11h del lunes y emprendo el camino. Para empezar, subida al Portalet para de ahí pasar al otro lado de los pirineos.
Hace un dia espectacular y la subida a la frontera se me hace fácil. Voy a ritmo muy tranquilito pero no da tiempo para cansarse.
La frontera es un auténtico Supermarchè para los franceses que vienen aquí a hacer la compra. No sé muy bien que puede venir a comprar un francés aquí, si no es alcohol o tabaco, pero me sorprende que la mayoría estén comprando montones de cabezas de ajo… Nunca me hubiera imaginado que nuestro ajo fuera tan cojonudo.
Toca abrigarse para la bajada y desde el primer kilómetro ya se nota el cambio de paisaje. Nosotros tenemos la cara sur y el sol, ellos la cara norte y la lluvia, y por tanto un paisaje mucho más verde. La ladera de la montaña es más empinada en el otro lado y parece que se estrecha todo. Dejo a la derecha un lago y me pregunto si será natural y tienen la suerte de no tener pantanos con pueblos ahogados, o si a ambos lados han manejado tan mal el tema hidrográfico.
Como siempre, la bajada se hace cortísima y toca enfilar el puerto Col d’Aubisque, ese que tanto he visto en televisión, cuando las etapas emocionantes del tour.
Las nubes van llegando conforme la ascensión coge altura y aprovecho al llegar a un pueblo con una mini estación de esquí para abrigarme y comprar algo de comer. Se me antojan unos orejones de melocotón, nada mejor para meterle energías y glucosa al cuerpo. Voy a pagar y me cobran 6 euros por una simple bolsita…. Ahora entiendo lo de los ajos en la frontera, y me extraña que no se lleven bolsas de orejones también.
Los pueblos no tienen tampoco nada que ver a un lado y a otro de los pirineos. En Francia tienen montones de prados, casas viejas enormes, algunas modernas también, con jardines gigantes y separadas unas de otras por muchos metros. No se ve nada de la masificación que hay en algunos pueblos del lado aragonés, ni edificios ni hoteles horrorosos. Tampoco se ven a penas personas y con suerte un bar.
Me como un par de orejones que me saben a manjar y los saboreo como si fueran caviar, que por su precio es lo que se merecen.
Aparecen tramos del 8 y 9 por ciento y el cuerpo empieza a notar los tres días de festival previos. Igual no es la mejor idea hacer una etapa reina el primer día de viaje, ¡pero es lo que hay!
Los 2 últimos kilometros son al 8 y al 10, como casi toda la subida, pero ya se atisba lo alto del puerto. Entre vacas, caballos y burros sueltos pastando a sus anchas en el arcén de la carretera llego a la cima. Pienso que si hubiera durado 1000 metros más no hubiera tenido fuerzas.
Voy dirección este, y tras una breve bajada tocan otros 2 o 3 km de subida hasta el Col du Soulor. Lo corono y ahora ya sí que toca bajar a tumba abierta, como si no hubiera mañana. Gozo el descenso como un enano, con cuidado de no estamparme en alguna curva y pronto llego a Argelès-Gazost. Pueblo grande bastante majo en un paraje precioso. Llevaba toda la ascensión pensando en el plato de pasta de después y aquí aprovecho para echarme unos bolognesa de campeonato.
A las a fueras, en un pueblo enano, acampo y me sorprende que no tengan ninguna tienda o bar, pero sí una máquina expendedora de baguettes… Falta una de boinas al lado.
Se acaba la jornada. El tiempo ha acompañado y las fuerzas también. Mañana toca una de las buenas: el Tourmalet.
Argelès – Garzost – Tourmalet – Payolle
70km
Unos 20 km de falso llano cuesta arriba remontando un río sirven de calentamiento ante lo que se avecina. Llego a Luz St. Sauveur y aquí empieza lo bueno, una ascensión eterna hacia el Tourmalet. Todos estos puertos están repletos de ciclistas que vienen aquí con sus máquinas a entrenarse y picarse entre amigos. Van a la última, full carbono, material técnico y piernas depiladas. Uno tras otro me pasan por la izquierda y me alientan: «allez, allez«. A veces me dan ganas de picarme un poco y seguirles la marcha poniéndome a rebufo. Gran error. Si rompo mi ritmo constante y meto un apretón, no duro más de medio kilometro y luego acabo exhausto.
Un padre sube con su hijo de 9 años, los dos en bici de montaña y el padre con una mano al manillar, la otra empujando a su hijo. ¡Chapeau por los dos!
Después de tramos del 9 o del 10 %, cuando aparece alguno del 6 se siente casi como un llano, y parece que recargo fuerzas. Al final, la mente se pone en blanco y los kilometros van pasando sin darte cuenta. Las piernas van respondiendo pero cada vez se hace más duro. No pienso en nada. Me concentro en el ritmo de mis piernas, de los latidos y beber agua cada poco se vuelve en un automatismo. Solo los carteles que hay cada kilometro me despistan de vez en cuando y me desmoralizan cuando veo que aún quedan 12, 11, 10…
Esto ya casi está, la cumbre se ve desde hace kilometros y solo me quedan 3 para encumbrar. Pienso que ya ha pasado lo duro, pero no. El último kilometro se me hace imposible. Las piernas van bien, pero no sé si será la altura, más de 2000 metros, que no me encuentro bien. Pienso que me va a dar algo en la patata ¡y no es plan de palmarla al principio de las vacaciones! Me bajo y empujo los últimos 500 metros hasta la cima. Esta imagen la he visto mil veces por la tele y unos catalanes majetes me hacen la foto de rigor.
Bajo por la otra vertiente y en el pueblo donde debo decidir si sigo haciendo puertos y Pirineos o dejarlos atrás de una vez, unos vascos me cuentan que subiendo al Col d’Aspin hay un buen lago donde poder acampar.
Las piernas me dicen que debería dejar ya tanto sube y baja, pues se supone que quiero llegar a Italia, pero veo el paisaje y quiero seguir aquí, entre montañas, sufriendo los puertos y disfrutando los descensos. Las noches son bien agradables y, además, ¿dónde si no podría dormir en sitios tan increíbles como este, entre vacas y caballos a orillas de un lago?